No sé cómo titularlo pero hay mucho afecto.

Estoy sentada añorando algunas lágrimas que no están dispuestas a negociar su salida, se me daría bien llevar conmigo a un pequeño félido sobre las rodillas.
Uno ni tan salvaje como mi desaparecido Amor, ni tan ingenuo como Pino, ambos perfectos y adorados, aún y siempre que es relativo.
Creo en el punto medio y ese punto medio lo lleva Maravilla, la gata que desde que llegó a casa puede ser el mejor ejemplo de caja de sorpresas en cuatro patas; qué inteligente, qué dulce y qué divina.
Quisiera que esté en mis rodillas, ahora, desplegando esas garritas tan delicadas apretando la carne despacito y ronroneando.
Puedo cantarle si desea, después de todo con esos tres he desafinado todo lo que he querido y siempre les ha gustado.
No sé por qué quiero negociar con las lágrimas.
Hoy amanecí bien, como todos los días, completita y de nada adolezco.
No sé bien, en qué parte del proceso me hallo, ni qué sea el proceso, es sólo una palabra que me vino.
Hay muchas cosas que me afectan, una de ellas saber que he perdido a dos de mis mejores amigos, ya hace mucho tiempo…
Nunca olvidaré que me astillé la palma de la mano por uno de ellos y que me he congelado mil veces por ver el atardecer en el tercer piso de siempre con el otro y a veces, todos juntos…simplemente, sé que lo volvería a hacer.




La noche estrellada, Vincent Van Gogh, 1889

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