Ayer.




Mis ojos se pasean por La tregua de Mario Benedetti, la garganta me raspa, pienso en que no debí tomar cerveza helada el día de ayer, aún mejor que eso, no debí tomar ni una gota de cerveza, mucho menos caminar con la borrachera encima de mí hasta la avenida Ejercito con el frío voraz, sin abrigo, entrar a ese centro comercial y salir a comer como cuatro descocidos de siete o seis, olvidando los buenos modales y compartiendo dos tenedores ¿Fue así?. Aún mejor estuvo el hecho de que para simular la borrachera fumé un cigarro más y compré una cajita de mentas que simularan el olor a cerveza, olvidé la llave, toqué el timbre, un poquito de perfume por aquí y por allá, saludo distante a mi madre, duermo cuatro a cinco horas y entre sueño y sueño se me pierde, se me escapa…
Y mientras pienso, caigo en cuenta de que sigo leyendo a Benedetti, es más juraría que lo veo ahí, entre el llavero y mi joyero, esperando impaciente ¿Ya?, vuelvo a posar mis ojos en una que otra palabra y hago como que leo sin embargo cuando creo haber terminado el párrafo me doy cuenta de que no sé qué leí y vuelvo de nuevo…paciencia, Mario, paciencia.

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