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Viña Roja, Vincent Van Gogh
Fernandita miraba de reojo por la ventana cada tarde.
Qué bonita era esa sonrisita muy suya que aparecía y re aparecía en ese rostro de Helena de Troya de seis años, siempre mirando de reojo a Paulo jugando con Saulo en la acera.
Ambos rubios, tan suizos como algún Konrad y Mirko de alguna dimensión paralela, desenvueltos, jugando a la pesca pesca o a la esconde esconde, ella dependiendo de las ganas de ambos, de los juegos que reemplazaba por libros , de esas piernitas ajenas y los tres dependiendo del clima y su benevolencia.
Los rubicundos hermanitos no se daban cuenta, pero jugaban para el deleite de Fernandita, la pequeña que ellos nunca notaban pero que jugaba a ser cinco segundo Paulo y otros cinco Saulo, con tal de jugar.
Estaba enferma de mentiritas y miedos difundidos, así que sólo podía ver desde el marco de la ventana cómo era el mundo de los niños, ajenos a ella.
¿Continuará?...
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