Hace un tiempo, me acompañaba una lámpara roja de luz blanca, que parpadeaba y parpadeaba.
La última vez que nos vimos, la última vez que nos vimos de tal vez siempre, la lámpara parpadeó tanto que murió y nos dejó en oscuridad, a merced de alguna luz tenue que tal vez vislumbraba tiempos venideros, opacos y oscuros.
Aunque esa noche se decantó por la oscuridad, esa noche mi corazón se ilusiono, rió y calló.
Esa lámpara ahora habita en la cocina, con luz amarilla, tiempo atrás tuvo la esperanza de volver a alumbrarnos a ambos, pero nunca volviste, me diste la espalda y no miraste atrás ni por un poquito de luz.
Caminaste y caminaste, te olvidaste de las viejas intenciones, buenos planes y esa lámpara se mudó a la cocina, donde ahora sólo alumbra a sartenes, ollas, condimentos y mil alimentos.
La lámpara ya no parpadea, ilumina callada y sin muchas ilusiones, se limita a hacer su trabajo, a conversar algunas noches con los pimientos de olor sin narices rojas.
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Jarrón con flores, Vincent Van Gogh, 1887
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