Paysage avec une maison et un laboureur, Vincent Van Gogh, 1889
Inocentes, asquerosos, vacíos, caminan por ahí sin entender, sin darse cuenta, por ahora, de las causas, algún fementido preparado de azúcar ayudó al veneno a ingresar en los cuerpos, así como el falso panorama se dibujaba en sus palabras, así como las lisonjas cortaron con fina y despreocupada causticidad el deseo de continuar con la duermevela de la vida, así ellos le dieron la bienvenida a la muerte.
El rigus mortis se apoderó de sus cuerpecitos, pequeñitos, algún chillido en medio del día ahora de su noche, se escapó, el dolor hizo suyo, la sangre se les colaba, los ojitos negros se salpicaban en recuerdos, tal vez en el momento en que comenzaron a ver el mundo, también se les coló la esperanza, mía, prendí un cigarro y lloré por ellos, por mí, por nosotros, las lágrimas se me comenzaron a congelar en el rostro, maldito fementido azucarado.
Ellos se encuentran ya en el basurero de la cocina y yo en el de los recuerdos.
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